todas las piedras
tienen la virtud de vivir su vida con esas cualidades que tienen los minerales
muy superior a la que podría suponerse en un árbol, en un hongo, en un hombre.
tienen esa rara virtud de ser fuego de planetas o elípticas playas de arena en torno a la luz
se extienden, no siempre tan calladas, en todos los colores
como si fueran
una carcajada de furia
o la contemplación de un matador.
es tan buena la actitud de la piedra
que algunos optan por imitarle
haciéndose diente, cuerno, pesuña, hombre,
semejantes a una espera hecha de valor.
no obstante,
como debo reconocer,
yo dejo caer, llegado el caso, y de forma silente pero segura, minerales blandos como un mar en la noche:
es que no soy tan duro como para que un buen golpe no pueda hundirse en mí o algo peor.
por eso admiro a las piedras que se dejan golpear
y cada tanto escupen fuego intestino sobre los hombres
quitándole a las ciudades todos sus niños, sus panes, sus reuniones de rutina para siempre.
uno debe aceptar que
llevar mucho tiempo una mochila de dolor alimenta perros de furia
que, como toda mascota que teje leyendas en la familia, uno debe vigilar.
es en esos momentos que me acerco a esas piedras, que sentadas a la vera de los hombres solitarios, esperan.
algunas veces me besan el oído, otras los labios, otras el corazón
y duermo con ellas y me alimento de su sueño de mineral impuro.
y como si fueras tú la que me hiciera un gesto tranquilo
me duermo
y estos perros se van.