miércoles, julio 31, 2013

la lengua y la tripa

Es como un cofre cerrado en mí
El conocimiento de la lengua, la garganta, los pulmones, el diafragma:
Las tripas de la palabra hasta los labios,
Entre todas las joyas, cerrado. 

Descarto los monstruos y las visiones del mundo de atrás, y no tanto:
En globos de aire y de letra,
En espíritus que flotan para estallar. 

Sin embargo, después de los hechos de pública notoriedad,
Aquí en la tierra es de piedra la pared que encierra la otra tripa,
El cable tenso de aquel espíritu con su testimonio de animal. De modo que
Es de la muy otra sustancia perdida que se respira y articula en la discreción del silencio más arriba de los hombros,
El Ángel Desierto, entre el canto y la eternidad, Separado,
Hecho del ancho del tiempo, absorto en la memoria.  

¿Qué soporte evitará esta muerte? Si del aire surge algo como el fuego en lo hondo del músculo seco y negro para darle palabras:
Semejante a la noche profunda del mar hacia algo encendido
Que brilla solo en el tiempo
Por poco.




El peje del fondo de la mar


Te diré que tengo una humedad que se llama palabra
Como si fuera un efecto de coprolalia en mi llanto:
Una humedad que me curaron en los ojos:
En uno con fuego,
En otro con hielo. 

Te diré que tengo una humedad como si la lluvia hubiera estado leyendo en mí,
Manoseando mi lengua,
Mi nacimiento bajo los párpados,
Mi tarde en que lo lejano de los sonidos del mundo
Me arrastró cautivo en la cadena del narguile a las negras naves más tristes del asedio. 

Te diré que es esta humedad del silencio una argolla cerrada,
Como el diario de un pirata que disolvieron las sales más oscuras y frías del mar,
La música de las más negras sirenas en las rocas de un naufragio,
Los mártires de la nada que buscaron sostenerse de un palo por su cuello. 

Te diré que esa humedad que sabe a esa sal negra,
A esas palmeras en el viento más estólido del invierno,
Es mi recuerdo más profundo, como el peje del fondo de la mar,
De los cantores,
El más silente,
Lo arcano de mi tiempo. Es un llanto olvidado, que una vez detuvo las manos que tejen con golpecitos de lluvia en los vidrios,
Y que jamás dejó de respirar en silencio,

La almohada de Jacob


Todas las piedras
Tienen la virtud de vivir su vida con esas cualidades que tienen los minerales
Muy superior a la que podría suponerse en un árbol, en un hongo, en un hombre.

Tienen esa rara virtud de ser fuego de planetas o elípticas playas de arena en torno a la luz,
Se extienden, no siempre tan calladas, en todos los colores
Como si fueran
Una carcajada de furia
O la contemplación de un matador.

Es tan buena la actitud de la piedra
Que algunos optan por imitarle
Haciéndose diente, cuerno, pesuña, hombre,
Semejantes a una espera hecha de valor.

No obstante,
Como debo reconocer,
Yo dejo caer, llegado el caso, y de forma silente pero segura, minerales blandos como un mar en la noche:
Es que no soy tan duro como para que un buen golpe no pueda hundirse en mí o algo peor.

Por eso admiro a las piedras que se dejan golpear
Y cada tanto escupen fuego intestino sobre los hombres
Quitándole a las ciudades todos sus niños, sus panes, sus reuniones de rutina para siempre.

Uno debe aceptar que
Llevar mucho tiempo una mochila de dolor alimenta perros de furia
Que, como toda mascota que teje leyendas en la familia, uno debe vigilar.

Es en esos momentos que me acerco a esas piedras, que sentadas a la vera de los hombres solitarios,
Esperan.

Algunas veces me besan el oído, otras los labios, otras el corazón
Y duermo con ellas y me alimento de su sueño de mineral impuro.

Y como si fueras tú la que me hiciera un gesto tranquilo
Me duermo
Y esos perros se van.




Las piedras de Baal-Tamar


Las innominadas piedras
Perdidas en el taller, habitadas de ángeles heridos,
Esta vez esperan un poema desde el elegir de su nombre, desde el abrirse paso, desde el profetizar de una mujer que se encuentra a la vera de los hombres solitarios.

Tenlas en tus manos,
Pregúntales por el camino de  pieles y de uñas que las trajeron rodando: con garras: con sangres: con callos, con dientes partidos, con sexo ritual y sacrificio.
Qué le dieron las manos que las odiaron y las amaron?
Qué es lo que necesitan sus corazones para no quedarse sordos: quitar vidas? encender fuegos? cuidar rebaños? sembrar? orbitar un fuego con leyendas y cantos nocturnos? llorar y luchar desde el principio de la vida hasta el principio de la muerte? saludar a los viajeros que han quemado un desierto? ofréceles dátiles, agua, sombra, querida Tamar.

Escucha: de sus pulsos expectantes conoces que les quieres dar abrigo.

Tu piel es el amo que buscan las piedras
Y les canta hundida en sus silencios (junto al también silencioso atuendo sagrado que responde dócilmente a la danza lenta de las lenguas de los señores del viento y del salario)
Les canta
A los viejos señores de los ríos
Al viento poblado de otros señores antiguos
A los juguetes de sus niños
A la piel de la mujer que despide satisfecho de amor al cazador, hombre poderoso, de fama en la guerra,
A los hongos, a las hierbas, a los ayunos, a los ensalmos, a las mascotas del chamán, a los vapores que ponen a los profetas, y a los jefes también, en trance para escuchar a los baalim, a los elohim, a los serafim:
Esa piedra sabe, toda piedra que nos rodea sabe, dónde se hundieron sus cuerpos,
El canto y la fama.

De veras:
También estas caracolas, cuernos del mar para que los aurigas canten lo cercano de lo inevitable,
Son una piedra intestina: todo su canto y todo su vientre posa en tus manos, sóplala, cántala, aliéntala, vivifícala de oído: es un corazón. Ya late.

‘Tu nuera está en cinta’, le dijeron a Judá
Y Judá se alegró  por la suerte que los elohim le brindaban, porque al fin se libraría de la Maldita Tamar;
‘Y estas cosas pertenecen al hombre que durmió con ella’, le retrucaron los señores en la boca del mensajero
Entonces el otro corazón de Judá habló: ‘Déjenla, porque ella es mejor que yo’.

Dos piedras tenía Tamar que eran piedras de Judá
Piedra de la piedra de Abraham.





From Paula

(para Paula Einöder)

De qué son las palabras de ahora?
Si serán de arcilla, de qué maltrecha sustancia es su cuerpo de ahora?
Qué  les quita, qué les da tu mano demiurga: humedad: pulso: dolor?
Qué ordenas en la hechura de sus ojos torcidos de olvido, en sus miembros desarmados?
Sé que algo: duro: mudo: ciego, les has chupado y lo guardaste en tu garganta para curarte: esas artes de alquimia que muestras con el fuego y con el aliento.

No puedes ver el universo vacío, triste: ingenua Demiurga, qué dios te abandonó sin visitarte de forma debida para que te inventaras los hijos como palabras para la tierra, como páginas para los hombres?
Sobre esa vestidura despojada de la palabra quieres soplarle la piedra de tu entraña y tenerla en tus manos, palpable y agradecida, desde la tinta hasta la arcilla.

Con tu hijo en la mano, lleno de palabras como un saco de piedras recién nacidas, sacado del fuego, con tu hijo que te late y te respira en la cara y sin culpa,
Descubres tu ceguera y el silencio más profundo de tu voz en los cantos nuevos de los hombres que te han nacido.

Qué  buscas cambiando la tinta en sangre?
A qué abandónico dios quieres retar con tu truco?
Nadie está celebrando una boda aquí.

Es un nacimiento.

Así  que con cuidado,
Deposita tu criatura en el suelo,
Y da el trabajo por hecho.